Todo empieza por el principio…
Las luces de la ciudad estropeaban el cielo y el ruido mataba el trino de los pájaros. El asfalto había llegado ya a aquellos descampados donde jugaba de niño. Aún podía reconocer algunos lugares, mucho más por nostalgia que por realidad. Todo había cambiado, justo cuando más necesitaba tener algún pedazo de pasado donde sujetarse.
Hacia tiempo que no sabía quién era y siempre había odiado no tener preguntas que hacerse. La desidia, el silencio, el desgaste del tiempo le había llegado hasta los huesos. Su mirada era mate, no albergaban ilusión… Por eso estaba allí.
De niño fue feliz, muy feliz. Corría por las calles, esquivando a los coches, haciendo equilibrismos para evitar que las rodajas de chorizo cayeran de su bocadillo mientras fingía una persecución policial. Era todo muy sencillo. Tardes de parque, ropa que no aguantaba limpia más de una hora y cinco duros de chucherías.
Allí ya no quedaba nada de eso. En lugar del parque había un centro comercial, ya nadie corría entre los coches y apenas había niños. La gente caminaba por las aceras en perfecta línea recta y con un destino determinado, por eso él llamaba demasiado la atención.
“¿Está usted bien?”
“Si”
“Parece perdido”
“Desorientado, tal vez”
“No parece del barrio”
“No sé de donde soy”
Ojos azules brillantes lo observaban con curiosidad. Probablemente, no habría visto a nadie extraño en meses.
“Tú tampoco estás controlado, ¿no?”
“No”
“A mi me gusta llorar”
“A mi me gusta sentir”
“Parece que te gustan los caminos tortuosos”
“Me gusta poder decidir, aunque puede ser muy duro, a veces”
“Todavía se puede decidir… Decidir si quieres decidir o no”
“No será por mucho tiempo”
Ella lo miró con tristeza. Nada más verlo supo que sabía algo. Le dio un beso en la mejilla y se perdió entre la fila de gente. Él derramó una lágrima, intuyendo que jamás la volvería a ver.